ALCALDESA





Son las 8:43 de la mañana cuando escribo esto, hace frío en la calle, por la noche ha helado y los coches están recubiertos de una fina capa de escarcha, el cielo esta limpio, sin nubes y se anuncia un día soleado aunque frío, tímidamente el sol empieza a asomar por el horizonte.

Es un día típico de estas semanas navideñas, por las mañanas al venir al trabajo me he cruzado con menos gente de la habitual, al autobús han subido menos pasajeros que de costumbre. En la oficina se ven los lugares vacíos de quienes disfrutan unos días de vacaciones.

Madrid en estos días, es una ciudad especial, si siempre su luz es única, ahora en estas fechas es aún mas increíble, los amaneceres austeros, fugaces, casi clandestinos y que llenan de amarillo pálido el cielo. Nada que ver con los atardeceres, barrocos, excesivos, inacabables. Esos que empiezan a las cinco de la tarde, con una sinfonía de rosas pálidos, de naranjas, de rojos en toda su gama, con pinceladas de amarillos, de malvas, como si la creación tuviese envidia de los grandes maestros del siglo de oro y tuviese que rivalizar con sus lienzos a ver quien pinta un cielo mas increíble y bello y no termina hasta pasadas las seis de la tarde cuando ya la noche gana terreno.

Una ciudad que de vez en cuando y como si aún no se hubiese acostumbrado a ese aire de metrópoli mundial que gasta ahora, gustase de mostrase como si aún fuese ese poblachón en medio de la Mancha. Rescata olores de hace 30,40, 50 años y entonces Madrid ya no huele a negocios, no huele a ciudad cosmopolita, huele a ciudad pequeña con cocinas de carbón, huele como olía la casa de mi abuela, huele a vecindario donde todo el mundo se conoce y se saluda, huele a una ciudad donde las personas en la calle se saludan, se paran a conversar y se ponen al día de sus ultimas novedades.

Una ciudad que ahora en invierno adorna sus esquinas, con los puestos de castañas asadas, 8 castañas 1 €, donde las abuelas bromean con el o la castañera, diciendo que se las den gorditas, que como se las den pequeñas no vuelven. Son puestos sencillo, aunque mucho mas evolucionados que los de mi niñez, antiguamente eran de madera, con un bidón grande, de esos que se ven en las obras y era en ese bidón donde el castañero hacia su fuego con leños de madera y encima ponía, una parrilla de hierro, totalmente agujereada y allí asaba sus castañas. Ahora el puesto es metálico, y el fuego es de gas, pero sigue estando la parrilla con agujeros donde se asan las castañas. Y no solo castañas, que también asan boniatos ó batatas. Nada más invernal que comprar un cucurucho de castañas en un frío día y ponerlas en el bolsillo del abrigo. Además de alimentar, calienta.

Es en estos días, como siempre una ciudad alegre, festiva, bulliciosa y bullanguera. Una ciudad a la que solo una vez en mi vida he visto triste, pero no es este el lugar ni el sitio para recordar aquel suceso. Una ciudad donde los vecinos van incluso estos fríos días invernales al parque a tomar el sol, a ver a los patos o a hacer una merienda campestre. Una ciudad donde un grupo de vecinos saca una barbacoa al terrario donde se juega a la petanca y allí mismo preparan chorizos y morcillas que no dudan en ofrecer a los viandantes y paseantes

Una ciudad que ha visto pasar en sus 200 años de autonomía municipal a lo “mejorcito” de cada casa. Ha visto en su sillón municipal, a militares, ingenieros, reyes, profesores, a hombres que odiaban esta ciudad, hombres que la amaban y hombres que solo la veían como un trampolín para metas mas altas. Pero en todo ese tiempo, nunca vio una mujer de Alcaldesa. Hoy eso deja de ser así. Hoy una mujer asume el máximo poder municipal, una mujer que se define a si misma como “normal, de inteligencia media pero psicológicamente fuerte”. Lo asume ya que el Alcalde, el que prometió que acabaría su mandato, el que dijo que nunca se iría, se va con rumbo a ser miembro del gobierno de la nación. Y en su lugar la mujer que hasta ahora era la concejal de medio ambiente asume su lugar. Una mujer que desde su concejalía ha decidido llevarse los detectores y medidores de contaminación de las calles de la ciudad a parques y jardines, una mujer que cuando el cielo de Madrid estaba cubierto por una “boina” gris que casi se podía cortar, y que hacia que la silueta de la ciudad fuese invisible, decía que ella no notaba esa contaminación. Una mujer que dijo que una cosas eran las manzanas y otra las peras ante una pregunta sobre el matrimonio homosexual. Una mujer que hasta hace 8 años, nunca le había preocupado la política y si esta en el cargo es porque su marido Jose Maria Aznar, el expresidente de gobierno la puso allí en un ordeno y mando. Una mujer en fin a la que le están dando cursos acelerados para adecuar su rancio discurso a la realidad del siglo XXI y que pueda pasar los 3 años y medio que quedan hasta las próximas elecciones municipales sin causar demasiado estropicio. Quizás nos sorprenda y resulta ser una grandisima alcaldesa, pero me temo que si nos sorprende es por todo lo contrario.

Y pese a todo, la gente sigue abarrotando los centros comerciales, en busca del regalo de reyes o del último detalle para la cena de Año nuevo.

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