LA PESADILLA III
III
El carnicero, de
esta forma llaman al torturador mayor del régimen. De el dicen que no tiene rostro. Corren tantas historias sobre
el, algunas verídicas otras inventadas. El carnicero al que nadie conoce y
cuando lo conoces preferirías no haberlo hecho y estar ya muerto. Dicen que es eficaz, profesional,
frió, sin escrúpulos y les creo. Le tildan de cruel, de metódico, de detallista
de saber en que punto la resistencia de su oponente se quebrara y también les
creo. Dicen que hizo un cursillo en una escuela secreta de una superpotencia.
También cuentan que nunca pierde la calma, y que por muy duro que sea su
oponente el siempre consigue la información que busca, dicen tantas cosas de
él, que si nunca duerme nunca en el mismo hotel, que si una noche mato a su
mujer sin que se sepa cual fue el motivo, que odia a todo el mundo, que no
tiene amigos, que solo bebe agua. Dicen tantas cosas de el y lo terrible es que
nadie le conoce. Aunque es mentira que nadie le conozca, yo le conozco. Yo le
mire a los ojos y le sobreviví, aunque aquel encuentro me cambio para siempre
la vida, después de aquello ya nada fue igual. Aún recuerdo como fue.
Fue hace unos
años ya, la guerra no era como ahora. Los rebeldes estaban circunscritos a
algunas áreas rurales pobres, abandonadas y solo afectaba a campesinos y a reclutas que
morían con la palabra patria en la boca lejos de la civilización y de las
preocupaciones de la gente normal. Si no fuera por algunos atentados en la
ciudad y por la propaganda que aparecía en paredes y postes en la mañana
temprano y que inmediatamente era borrada por la policía, podríamos decir que
la guerra no existía para mí. Por aquel entonces yo aun creía en el gobierno,
yo era parte de ese gobierno. Estaba bien considerado y creía firmemente en las
razones políticas que al final nos condujeron a este desastre, no tenia ningún
problema al pasar los controles policiales y militares que ya por entonces
jalonaban la ciudad, y que se hacían mas
intensos y prolijos según me acercaba a los barrios mas elegantes e importantes, al puñado de calles donde la pequeña elite política y financiera
del país se movía, reía, hacia negocios
, con sus barrios y mansiones
convertidos en bunqueres,
proporcionando la falsa sensación de seguridad de que allí nadie que no fuese
ellos podría entrar cuando en la realidad era la contraria, no es que nadie no
pudiese entrar en aquellos barrios es que ninguno de esos políticos,
financieros , artistas podría salir de allí sin ver su vida en peligro. Como
digo yo andaba por aquellas calles entre ellos como uno mas y me dirigía a mi
restaurante de siempre, cruzaba saludos con una senadora a la que años después
tendría entre mis manos y al poco sonreía a la hija de un industrial. Las luces
de neón, nos vendían un mundo irreal que nosotros creíamos verdadero.
Estaba sentando
en mi mesa de siempre, terminando mi almuerzo, un poco distante de las demás
mesas cuando le vi entrar. Vi como el maître
le saludaba tan afectuosamente como a mí, como era costumbre y señalo mi mesa,
la que yo ocupo siempre, en el mismo rincón de siempre. Le vi acercarse, sonreía y
yo correspondía a su sonrisa, como no hacerlo. Supe de sus pensamientos, de sus
sentimientos en el mismo instantes en que se formaron en su cerebro y surgieron
de su corazón. Supe que yo recogía el miedo que el inspiraba y que yo sembraba los temores de los que
se alimententaba. Nuestros ojos se encontraron y se reconocieron. Siguió avanzando.Se paro frente a
mi y le reconocí, me reconoció.
Mientras me
acercaba, vi que mi mesa estaba ocupada y desde antes de ver su rostro supe quien
era el, me acerque despacio, sin miedo, mientras
mi sonrisa correspondía a su sonrisa, y
sus ojos no se apartaban de los míos. Me acerque mas y me situé frente a el,
reconocí su rostro, reconocí sus labios finos, su cabello marrón y algo graso,
supe la cadencia de su respiración, y reconocí cada una de sus arrugas, aun
antes de que abriese su boca, sabia que tenia dos muelas cariadas y antes de
que el pensase sabia lo que estaba pensando porque sus pensamientos era los
míos, su imagen era la mía, sus gestos
eran los que yo realizaba, el temor que el inspiraba era el que yo recogía, los
miedos de los que se alimentaba eran los que yo sembraba y de esta forma
nuestra leyenda, mi leyenda, fue
creciendo. Y aunque mi alma era la suya y su alma era la mía, siempre supe que
en el fondo éramos distintos.
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