PIERRE LOTI
A pesar de ser un día caluroso, A. y yo hemos pedido un Chaï , J sin embargo y pese a mis
advertencias a pedido un café turco. Estamos sentados en el café Pierre Loti y
la ciudad de Estambul se ofrece a nuestros pies. Nuestra mesa esta situada al
lado de la baranda, sin nada ni nadie
que nos entorpezca la visión, charlamos amigablemente mientras el camarero nos
sirve nuestras bebidas. “Te se curete”
le decimos en nuestro pobre turco. Creemos que es como se dice gracias. El hombre nos sonríe. Endulzo mi te de
manzana con dos terrones, y cojo el vaso con dos dedos a la manera árabe. Le
doy un sorbo, esta caliente. J. empieza a arrepentirse de su café, son puros
posos. Como digo, estamos sentados al lado de la baranda, en una mesa cubierta
con un mantel de tela a cuadros blancos y rojos, un frondoso árbol, nos proporciona sombra y
además es el hogar de un pequeño gato, que juega entre las mesas. El tiempo
transcurre lánguido y observamos la ciudad, esperando el momento en que el sol
ilumine las aguas del bósforo para que pase de ser un brazo de mar al cuerno de
oro. El día esta nublado y los rayos solares tocan únicamente algunas zonas de
agua. Pero el efecto es instantáneo, allí donde da el sol estas se encienden
como si debajo de las mismas hubiese 100 brillantes fuegos. Al fondo se extiende la parte asiática de la ciudad, a nuestros pies y a nuestro alrededor se
extiende una de esas maravillas ocultas de la ciudad de Estambul, El cementerio
de Eyüp. Para llegar al café hemos tenido que atravesar el cementerio desde su
inicio al pie de la colina, hasta el punto más alto donde esta situado el café.
Mientras ascendemos, nos vamos dando cuenta de la belleza del lugar, sus
cuidados paseos, sus fuentes y árboles, los bancos situados para hacer mas
agradable y fácil el caminar por sus senderos,
oímos el canto de los pájaros, la risa de los niños y nos paramos de cuando en cuando para ver
las tumbas, algunas son muy simples, otras con lapidas que en su forma,
recuerdan figuras humanas, observamos
nombres y fechas. Vemos lirios, tulipanes, margaritas entre las tumbas, allí
donde mires hay flores El cementerio, se extiende por la colina, no parece
tener fin, se confunde con el río, con la ciudad
El sol se va ocultando detrás de las colinas y la noche empieza a adueñarse
de la ciudad y del agua. Pedimos mas bebidas. J. ahora pide también te y mientras
observamos como se va iluminando la ciudad, charlamos sobre nuestro día.
Ha sido un día largo, que comenzó a
las ocho de la mañana en la lejana plaza Taskhim. Es ahí donde hemos alquilado
el pequeño apartamento que nos acogerá durante nuestra estancia en la ciudad, y
desde esa hora no hemos dejado de caminar, calculamos que a lo tonto hemos
andado unos 15
kilómetros, callejeando, desandando el camino,
perdiéndonos por recovecos de la ciudad, subiendo colinas para luego volver a
bajarlas por otro camino distinto al de subida. No hemos visto ninguno de los
monumentos que hacen famosa esta ciudad, esos los reservamos para otro día,
para otro paseo, sin embargo hemos paseado
por barrios populares, viendo la vida de la gente normal, observando como los
gatos son los verdaderos reyes de la ciudad, no hay negocio ni casa que se
precie que no tenga al menos un gato,
hemos caminado por barrios formados por casas de madera atisbando de esta forma
como debía ser la Estambul de los sultanes, la inmensa mayoría de estas casas
amenazan ruinas, pero algunas están siendo restauradas y pintadas de vivos
colores. Hemos ido con los ojos abiertos, intentando descubrir el alma de la
ciudad, como al ver a esa mujer toda de negro, que vareaba un montón de lana.
Imagen que me retrotrae a mi niñez, cuando detrás de la casa de mis padres,
también se vareaba la lana de los colchones para desapelmazarla y oxigenarla.
Nos hemos visto sorprendidos cuando andando hemos acabado en medio de una
zona donde todas las mujeres iban con un sayo negro e hiyab e incluso alguna
con burka y donde todos los hombre llevaban barba y pequeños gorritos en la
cabeza, sin embargo nadie nos molesto. Ha sido en esa zona de la ciudad donde hemos
visto una camioneta que llevaban leyendas y fotos en apoyo de la intifada
Palestina. Ha sido ahí donde hemos observado la salida de los niños de un
colegio. Carreras, gritos, besos a las madres que les están esperando a la
salida. Al callejear un poco más y sorprendentemente en esa zona, nos
hemos encontrado con una cervecería de una de las marcas más populares en Turquía.
Además de cervezas, también se puede apostar a carreras de caballos. Entramos, pedimos unas jarras, sabemos muy
bien que cerveza en turco se dice “Bira”
, y una ración de patatas fritas para
acompañar, vemos al hombre trajinando en la cocina preparando las patatas. El
local nos encanta. Al poco entra un obrero, vestido con un mono azul y
herramientas colgadas en el cinturón, debe ser un cliente habitual ya que nada
mas sentarse el camarero le sirve una cerveza y se pone a charlar con el. Pagamos y nos vamos, en la calle un grupo de
chiquillos nos siguen, nos retan,
hacemos que nos enfadamos con ellos, ellos gritan, se ríen, nosotros reímos
también. Seguimos caminado esta vez de bajada, no es Estambul una ciudad fácil
de caminar, toda la ciudad por lo menos en su parte europea, es una sucesión de
cuestas y muchas de las calles están en obras, están cambiando el empedrado de
las mismas. Vemos a unas mujeres con un atillo de leña a la espalda, subir por
las empinadas cuestas. Vemos un hombre
que hace de freno de un carro con mercaderías descendiendo por otra.
De todo eso charlamos en el café, se ha hecho de noche y quedan pocos
turistas y parroquianos en el café, la imagen de la ciudad iluminada es
maravillosa. Pagamos y descendemos hasta
llegar a la gran plaza que hay a la entrada del cementerio. A nuestra izquierda
una mezquita llama a la oración, las calles horas antes llenas de gente y
actividad están ahora mas tranquilas.
Tenemos hambre, buscamos algún lugar para cenar, nos alejamos de la zona más
turística y callejeamos hasta encontrar
un lugar en el que nos llaman la atención los productos expuestos en el
escaparate. Entramos, por su cara vemos que no están acostumbrados a recibir
muchos turistas, nos sentamos. Pedimos agua para beber, “Su” otra palabra turca que conocemos y nos traen una carta, vemos los dibujos
intentando averiguar que será cada cosa. Por gestos y señas nos hacemos
comprender, el hombre mas bien el chiquillo que nos atiende toma nota de todo
lo que queremos, observamos el trajinar de la gente en el local, por lo que
observamos en un lugar familiar, la gente viene con sus hijos, toman algo y se
van. Nosotros hemos pedido, unas sopas, que aderezamos con especias que están
en la mesa para esa finalidad, otro de los platos que hemos pedido resulta ser
hígado cocinado de alguna forma, ni a J., ni a A. les gusta. A mí al contrario
me encanta. Pedidos también una especie al albóndigas y una ensalada. De postre
algo que se parece mucho a la crema catalana.
Cuando salimos de cenar son cerca de las 11 de la noche y caemos en la
cuenta de que estamos lejos muy lejos de nuestra casa, y además no sabemos como
volver. Nos acercamos a la plaza para ver si hay algún autobús que nos acerque
a algún lugar que nos suene. Tenemos suerte hay un autobús que nos lleva hasta
la misma plaza Taskhim, el autobús es el 147, esperamos en la parada su
llegada. Subimos, y tras conseguir pagar, cosa que no resulto fácil, la gente
amable nos quiere ceder el asiento, no aceptamos, hacemos de pie parte del
recorrido, hasta que quedan tres asientos libres. Nos sentamos y de nuevo
comenzamos a charlar, estamos cansados.
Una vez más mientras el autobús hace su recorrido, nos damos cuneta lo
que hemos andando. Reconocemos las calles cercanas a nuestra casa.
Al llegar estamos cansados, dejamos las cosas a la entrada y nos tiramos un
rato en el sofá. Comentamos un poco lo que queremos hacer al siguiente día.
Al poco A. y yo nos despedimos de J. y nos vamos a dormir.
P.D El nombre del café corresponde a un marino y escritor francés que en el
siglo XIX venia a este punto a inspirarse
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