TRUJILLO

Es en momentos como estos, cuando uno se da cuenta de su total falta de talento, cuando comprende que con palabras es incapaz de escribir y transmitir los sentimientos y las sensaciones que me inundan al estar allí arriba, en la grada más alta de una pirámide Moche de mas de 1000 años de antigüedad. Es una mezcla de incredulidad, de plenitud, de alegría, de éxtasis ante la belleza que se extiende ante mis ojos. A mi  derecha se extiende inabarcable  el océano Pacifico, hoy mas tranquilo que nunca, llenado todo el aire con el sonido de las olas rompiendo tranquilas en la inmensa y solitaria playa ubicada a menos de 100 metros del emplazamiento del complejo piramidal, a mi izquierda y detrás mío se extienden hasta donde se pierde la vista los monocultivos de caña de azúcar, de un verde intenso, que contrasta vivamente con el desnudo color ocre del desierto que es la línea costera. Justo frente a mí se levanta otra pirámide escalonada idéntica a la que me encuentro aunque algo más pequeña. La pirámide donde estoy tiene cinco gradas hechas de ladrillos de adobe  y perteneció a la conocida como Señora de Cao y es la  única pirámide descubierta hasta ahora que perteneció a una mujer gobernante Moche. Tras subir  por una escalera  lateral de la pirámide ahora me encuentro en lo que eran las habitaciones donde la “Señora”  se preparaba con esmero - ropa, maquillaje, peinado, narigueras, pectorales y otros atributos de su poder - para aparecer ante  sus súbditos. Es una habitación decorada con figuras realistas de prisioneros y  sacerdotes y de “Ai Apaec”  el dios destructor moche. Es un dios que a mi, siendo sincero se me asemeja una de las figuras del viejo videojuego “Space invaders”,  pero en lugar de el color verde del arcade, los colores que llenan la habitación son ocres, amarillos, negros.

Sigo con interés las explicaciones que el guía del sitio nos da sobre los rituales moches para calmar, en base a sacrificios humanos, la ira de sus dioses causantes en su descontento de fenómenos catastróficos como el “Niño” que a la larga trajeron la decadencia y caída de esta civilización. Descendemos del templo por el lado opuesto a nuestra subida, observando a nuestro paso tumbas de nobles, de sacerdotes, de guerreros, alguna paredes aún guardan su policromía original, otras sin embargo nos muestran descarnadas su interior hecho completamente de ladrillos de adobe. Llegamos a la gran explanada central, frente a nosotros imponente, mide mas de 30 metros de altura,  se levanta el edificio que acabamos de abandonar. Observamos como todas las gradas están pintadas con motivos que se repiten por toda la pirámide: hileras de prisioneros atados por el cuello y con las manos a sus espaldas camino del sacrificio, sacerdotes con cuchillos en la mano a punto de cumplir sus sangrientos ritos, la figura del dios. Es entonces aquí, de pie frente a la pirámide cuando nos podemos imaginar  la honda impresión que debía causar al pueblo la aparición de su “Señora” todo pompa y boato  encaramada en el punto más alto, dominándolo todo para desde allí dirigir y participar en los sacrificios rituales.

Frente a nosotros como decía antes, se levanta otra pirámide algo mas pequeña, Se conoce como la pirámide del Brujo, ya que se sabe que pertenecía a un sacerdote, pero aún no ha sido totalmente excavada y puesta a punto, por lo que aún no ha sido abierta al público, aunque esto no evita que haya sido visitada por los huaqueros, nombre por el que se conoce aquí a los ladrones de tumbas y tesoros.

Antes de volver a Trujillo, visitamos el moderno y pequeño museo que hay a los pies del complejo. Vemos,  protegida tras unos gruesos cristales y con una temperatura y humedad constantemente controladas por ordenador, la momia de la “Señora”. Observamos maravillados como en la piel de sus brazos aún se pueden contemplar los tatuajes que la adornaban en vida. Vemos sus alhajas, sus joyas, los famosos “Tumis” o cuchillos ceremoniales, pendientes y narigueras, vemos sus ropas realizadas en fino hilo, vemos vasijas y cuencos encontrado todo ello al realizar las excavaciones que volvieron a sacar a la luz estas maravillas de hace 1400 años.

No sin pena abandonamos el recinto arqueológico y sin poder realizar una parada como teníamos prevista en el vecino pueblo de Magdalena de Cao, un pequeño y ordenado pueblo que vive del turismo y que es celebre en la región por producir la única chicha reposada de todo el Perú, nos dirigimos a la gran ciudad de Trujillo, distante unos 60 Km. En uno de los peajes de la carretera, se nos acercan unos vendedores ambulantes y nos ofrecen bolsas llenas de pequeños trozos de caña de azúcar. Compramos una bolsa. Adrí me enseña  como debo comerlo. Es parecido a un chicle,  y una vez que has masticado la fibrosa caña debes escupir los restos leñosos que  quedan en la boca. Lo pruebo, esta bueno y al masticarlo la boca se me llena de un liquido dulce, muy, muy dulce. Seguramente mi dentista no aprobaría que acabásemos con la bolsa en un par de horas. Mientras avanzamos hacia la ciudad, A. llama a R., su primo que ahora vive en Trujillo, para quedar a comer.

n      Si - la oigo que dice- quedamos en la concha, en un lugar llamado el Libertador.

Miro el paisaje, al fondo se destacan las primeras estribaciones de los Andes, todo lo demás una llanura sin fin dedicada al cultivo de la caña de azúcar destinada a la producción de biocombustibles, llanura solo rota aquí y allá por lo que parecen pequeñas colinas, pero que mas adelante me enteraré que no son si no pirámides moches que aún no han sido estudiadas. Hay más de sesenta mil, si sesenta mil de estas pequeñas pirámides-colinas diseminadas por todo el departamento de La Libertad. Algunas aún se levantan orgullosas y pendientes que los arqueólogos las estudien, otras solo son ya pequeños montículos desgatados por la lluvia y el tiempo y ya fueron visitadas hace tiempo por los huaqueros. Según avanzamos hacia la ciudad, el tráfico se hace más denso y lento lo que hace que no podamos estar a la hora indicada. Avisamos a R.. Media hora después la “combi”, nos deja en la misma plaza de armas de Trujillo.

Cogemos un taxi para dirigirnos a nuestra cita, ya que ninguno de nosotros conoce la ciudad y vamos atrasados. Descubrimos que estamos cerca del mismo,  a menos de 4 cuadras. Cuando llegamos a nuestro lugar de referencia “la Concha”,  que resulta ser un auditorio con forma de concha en un parque, nos dedicamos a buscar el restaurante donde hemos quedado. No nos resulta difícil dar con el.  R., haciendo gala de la famosa puntualidad peruana, o aún no ha llegado. Mientras esperamos miramos los distintos platos que componen el menú. Hay variedad de sopas, de trigo, de cordero. pero me llama la atención la sopa Teóloga, llamada así por tener su origen en los conventos, y que entre sus ingredientes lleva pavo o gallina, pan, leche y queso. De entre los platos principales sobresalen el chicharrón de cerdo o pollo, que no son sino pedazos del animal en cuestión muy fritos y crujientes, tacu-tacu de mariscos realizado con lo que aquí llaman fréjol canario, una pequeña judía amarillo verdosa y de la que estoy harto de decir que pese al adjetivo canario, en las islas Canarias no la conocen. Y luego claro, estando aquí no pueden faltar ni los cebiches ni los pescados a la trujillana, cocinados estos últimos al vapor con cebolla y una salsa de huevos. Pero siendo lunes y estando en Trujillo no se puede pedir otra cosa como plato único que el tradicional  “Shambar”, una sopa hecha de trigo y verduras, con pequeños trozos de carne, garbanzos y judías, acompañada de cancha, ósea maíz tostado y frito. Contundente y reparador después de un largo día de caminatas y ojo que al igual que las lentejas en los restaurantes en Madrid este plato solo se prepara los lunes

Hacia tiempo,  quizás cuatro años que no veía a R., y le veo mas gordo que la ultima vez, si es que eso es posible. Nos saludamos efusivamente. Mientras comemos, el “Shambar”  esta exquisito, nos comenta que le han ascendido a coordinador regional  en la marca de refrescos para la que trabaja,  y que ahora aparte del Perú, lleva Bolivia también, le peguntamos por su familia, por sus hijas. Se nota que es comercial, la conversación esta salpicada de anécdotas y de interrupciones debidas a  llamadas a su móvil. Varios comensales se acercan a saludarle.

Terminamos de comer y salimos a la calle. Nos despedimos de R. ya que tiene que volver a la oficina. Nosotros, decidimos dar un paseo por Trujillo y caminar por al ciudad un rato para conocerla, pero antes incluso de comenzar a andar nos paramos en un pequeño local para comprar y tomar unas raspadillas, esos vasitos llenos hasta rebosar de escamas de hielo y cubiertas de sirope de sabores y que son tan populares en todo el Perú. Avanzamos comiendo nuestro helado, hacia la plaza de armas de la ciudad. Cuando comentamos en Lima que, queríamos pasar unos días en Trujillo, una de las cosas que todo el mundo nos dijo fue que Trujillo estaba fatal, fea y descuidada. La verdad es que paseando por el centro colonial, con sus casas, casonas y palacios reformados, pintados en bellos y vivos colores, con sus ventanas protegidas por bellísimas rejas de forja, con sus puertas abiertas que dejan ver sus preciosos patios interiores la impresión no es precisamente de fealdad y abandono, si no más bien todo lo contrario. Llegamos de nuevo a la gran plaza de armas, donde una vez mas podemos ver el inconfundible sello arquitectónico que los españoles dieron a todas sus ciudades americanas. Una gran zona central ajardinada ocupa todo el centro de la plaza, y envolviendo a este espacio, los edificios mas importantes de la ciudad. En una esquina la gran catedral, cerca de ella la iglesia del Carmen y  ocupando todo un lateral el gran edificio del Ayuntamiento, que se funde con la fachada palaciega del hotel Libertador  y cerrando el resto de los lados de la plaza, los palacios y casonas de lo que fue nobleza local, ocupados ahora, signo inequívoco de los tiempos, por decenas de agencia de viajes y oficinas bancarias.

Es navidad y el gran monumento a la Libertad que ocupa el centro de la plaza, comparte por unos días el espacio con un gigantesco árbol de navidad  y alrededor de este un pequeño mercadillo navideño con sus falsos y aquí surrealistas abetos de plástico cubiertos de algo que simula nieve, sus Papas Noeles, sus renos y  elfos, que realmente suenan a falso bajo los calores veraniegos. También hay un pequeño misterio con su correspondiente buey y mula  y las figuras de los Reyes Magos, para redondear la estampa navideña no podían faltar un  Mickey Mouse y una  Sirenita de tamaño natural andando por la plaza y atendiendo las solicitudes de los pequeños que se quieren fotografiar con ellos. En ese instante, vemos como un lateral de la plaza se alborota, y el aire se llena por sonido producido por clarines y timbales que, por fin,  acalla el de los villancicos que sale de la feria. Vamos gente a caballo, también policía. Intrigados, nos acercamos, de lejos parece que la gente va  disfrazada de alguna cosa. Descubrimos que es una manifestación de... toreros y picadores, que han salido a la calle con sus trajes de luces, sus caballos de picar y su banda de música en pleno a protestar por la decisión del alcalde de no volver a dar festejos taurinos en la plaza de toros de Trujillo. No me gustan los toros pero reconozco que la protesta me hace gracia.

Seguimos paseando por el centro de la ciudad, y nos internamos por el interminable y peatonal jirón Pizarro que une la Plaza de Armas con la plaza del Recreo. La calle esta jalonada, por diversas casonas y palacios algunos de estilo colonial, otros de lo que aquí se llama estilo republicano, todas ellas con los típicos balcones encelados en madera y ventanas enrejadas. Destacan algunas por su belleza singular como la que dicen que es la casa más lujosa de toda América Latina la casa  Itúrregui, hoy sede del Club central de Trujillo y en el que no esta permitido la entrada a las mujeres  ni a los caballeros que no lleven corbata según reza un cartel colocado en el patio de la casa o,  la casa Urquiaga donde se alojo Bolívar cuando estuvo en la ciudad. Realmente me pregunto si será verdad que Bolívar estuvo en todos los sitios donde se dice que estuvo, ya que si es así, no se como  le quedo tiempo para  liberar todo el continente. La mayoría de las casas y palacios han sido rescatadas y rehabilitadas y han sido reconvertidos al igual que ocurre en la plaza en oficinas bancarias o de seguros y otras, en dependencias municipales, algunas pocas sin tanta suerte muestran en su abandono y decadencia la belleza que una vez tuvieron. Destaca entre todas las demás, no por su belleza sino por su significado para todos los peruanos la llamada casa de la Emancipación, donde en el año 1820 se proclamo la independencia del Perú, y donde se reunieron ese mismo año las primeras cortes constituyentes y ahora un centro cultural dependiente del ayuntamiento. Encontramos también una casona dedicada a Víctor Raul Haya de la Torre, fundador del partido político APRA y creador del “socialismo” peruano. Pero además en esta calle, encontramos algunos teatros, galerías comerciales, los inevitables casinos tragamonedas  y comercios de los llamados de de toda la vida como las pastelerías. Así encontramos  la famosa “Dulcería y Pastelería Castañeda” donde es posible adquirir los afamados alfajores trujillanos.  Eso si, lo que no encontramos en todo el recorrido, y no es corto, es un café para poder sentarnos y descansar de nuestro paseo.  Al final entramos en una pollería y dejamos caer nuestros cansados cuerpos en una mesa vacía mientras pedimos unos refrescos.

Anochece y después de la caminata  nos ha entrado hambre, buscamos algún sitio bonito y tranquilo. Acabamos tomando unas cervezas y un picoteo a base de yucas fritas y cecina en un gran y precioso balcón de madera que se suspende sobre la calle Independencia a una cuadra escasa de la plaza de armas.  No hay muchos mas clientes y el servicio se vuelca en nosotros. Cada vez que la brisa apaga la vela, y son varias veces lo que esto ocurre, que hay en el centro de la mesa que ocupamos, la camarera se acerca y amablemente  enciende la mecha de nuevo.

Salimos tarde del local, y las calles no están muy  transitadas y recordamos otro de los avisos que nos dieron en Lima. Trujillo es una ciudad insegura. Andando hacia la cercana plaza de armas en busca de un taxi que nos acerque al vecino pueblo de Huanchaco donde estamos alojados, no tenemos en ningún momento sensación de inseguridad. Quizás todo sea una exageración o puede que nosotros con nuestro breve paseo nocturno, tuviésemos suerte o puede que  no paseamos por las zonas inseguras de la ciudad.

El taxi, nos deja justo en la puerta de nuestro pequeño hotel, frente al mar. Ha sido un día largo y agotador, así que nada de salir como es nuestra costumbre  a alguno de los bares que hay en el paseo marítimo a tomar una última copa antes de dormir. Simplemente el cansancio nos puede y además mañana nos espera otro duro día.¿Quien dijo que la vida del turista era fácil?

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