JOVEN Y AUDAZ
Me gustaría ser joven y audaz.
Los veo en la calle desde mi ventana y me gustaría tener los arrestos
suficientes como para abandonar la vida acomodada que llevo y unirme a
ellos. Se que nunca lo haré, se que si
me voy mi familia se preocuparía, se que
se disgustaría y se que saldría a la calle a buscarme y no pararía hasta
encontrarme de nuevo y llevarme de vuelta a casa porque sabrían donde buscarme,
porque ellos también los han visto cuando
estamos todos justo en la habitación y también comentan sobre los pandilleros.
Me paso las horas muertas
contemplándoles, se hacen llamar los badcats. Me quedo embobado viendo sus
peleas, como se desafían unos a otros, seria capaz de repetir silaba por silaba
sus gritos y sus lemas, conozco de memoria sus juegos, conozco a su líder, joven
orgulloso, desafiante, con ese punto chulesco que da la calle y claro muero de envidia al ver como se
pavonean delante de las “gatitas”. Me encantaría unirme a ellos cuando se
deciden salir del descampado que su es refugio y su cuartel y se dedican a pasarse
por el barrio, haciendo pagar caro a los
intrusos que han tenido la osadía o la inconciencia de introducirse en su territorio. Me gustaría
estar con ellos cuando renuevan las marcas en las esquinas del barrio, en los
edificios singulares y que muestran a las demás pandillas que este territorio
les pertenece y que ninguna otra “banda” será bienvenida.
Claro, no todo es felicidad y alegría, les veo
ponerse nerviosos, apurarse y huir cuando sienten que la autoridad se acerca, cuando
ven el coche con sus luces centelleantes aparecer por la esquina de la calle, cerca al
descampado. Veo como crece su inquietud, como observan de reojo al vehiculo y
como les falta tiempo para dispersarse,
cada uno en direcciones distintas para dificultar su persecución y posterior
captura, cuando este pasa un determinado punto. Alguna vez, se oyen los gritos
de los más jóvenes quizás menos avispados o puede que más temerarios cuando son
cazados por la autoridad y tirados sin contemplaciones dentro de la camioneta.
Es entonces cuando me bajo del alfeizar de la ventana y me dirijo a mi
comedero contento y alegre de ser un
gato casero, viejo y gordo.
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