CRISIS



Ahí están, no fallan, siempre a la misma hora, a la hora de los telediarios. Mientras nosotros comemos tranquilamente nuestro filete con patatas o nuestras verduras ecológicas y comentamos el sainete del último fichaje frustrado de un grande, ellos aparecen en nuestros televisores y nosotros les vemos pero no les prestamos atención. Al final se convierten en rutina y no dejan de ser parte del decorado, de todas lo que acontece a nuestro alrededor pero a las que no le prestamos atención.  Al igual que el ruido del coche que pasa por la calle, el llanto del bebe del piso de enfrente, o el mendigo que duerme desde hace años en el banco del parque  nuestro cerebro decide ignorarlo y no tratar tales estímulos. Los registra pero no los procesa. Estoy seguro que esto es una adaptación evolutiva para evitarnos estrés, frustración, angustia y decepción y que nos viene muy bien en múltiples ocasiones, pero otras como en las que nos atañe, creo que nos impide sentir algo  que nos hace totalmente humanos  y es la empatía. La capacidad de ponerse en el lugar del otro. La capacidad de sentir lo que el otro esta sintiendo en ese instante y  saber que el otro soy yo. Que no importa cuan diferentes parezcamos, cual lejos estemos que todo esto no son más que insignificancias y pequeñeces que lo importante esta dentro de cada uno de nosotros y se llama humanidad.

Humanidad que brilla por su ausencia en esta opulenta Europa. Si opulenta, aunque nos quieran hacer creer lo contrario. Una opulencia que no dudamos en exhibir ante los demás pero que no queremos compartir. Una opulencia que nos hace egoístas y ciegos. Una opulencia que nos da una sensación de impunidad y seguridad. De falsa seguridad como nos estamos dando cuenta en estos días. Cuando unos miles de personas, quizás unas ciento sesenta mil personas que huyen desesperadas de conflictos provocados por nosotros, si no directamente por terceros interpuestos, se arremolinan en nuestras fronteras, implorando que les dejemos cruzar,  que les permitamos traspasar la línea que separa la vida de la muerte. Y esjusto en ese instante cuando nuestra supuesta seguridad se desmorona y aparecen  nuestros miedos. Que si son muchos - pensemos que porcentaje representa ciento sesenta mil sobre trescientos y pico millones -, que si no tenemos recursos para atenderle – ¿sabemos lo cientos de millones de euros que cuesta un solo caza europeo? - que si Europa esta superpoblada y no caben   – Solo en España hay cientos de pueblos abandonados y otros que agonizan por falta de habitantes –que viene de una cultura y unos hábitos tan distintos a los nuestros a que no se integrarían. –  Y lo decimos en un continente donde un sueco se compra una casa para pasar su jubilación en Tenerife, o un letón, por decir algo que suena exótico puede vivir sin problemas en el Alentejo portugués. Y sobre todo miedo a quizás tener que renunciar a un poco, lo más a unas migajas,  de nuestro bienestar. De verdad, ¿no somos capaces  de compartir nuestro “civilizado” y  “exótico”  por lo que parece modo de vida?. Ese que no tememos  exportar a través de series y películas pero que al final no queremos compartir.

Escribo estas líneas más con las tripas que con la razón.  Imagino que no solo a mi me parecen obscenas e impúdicas las imágenes de esas madres desesperadas intentado cruzar por las concertinas, protegiendo a sus hijos hambrientos, para proporcionales un futuro que en el fondo nosotros les hemos negado.¿ Solo a mi me parece pornográfica la imagen del reportero o reportera, que bien protegido por la lluvia con un impermeable, con su estomago  lleno después de un mas que reconfortante desayuno, les pregunta a los refugiados como se encuentran, mientras que estos gritan al micrófono no milk, no eat y después con la satisfacción de haber conseguido un reportaje de impacto se dirige a su hotel a tomar algo caliente que les temple el cuerpo?.  No nos damos cuenta del doble saqueo que cometemos con esos países, no solo los desestabilizamos y hacemos que donde antes había de paz y prosperidad, precaria sí y quizás insuficiente pero mil veces mejor del infierno actual, haya ahora muerte y sufrimiento, sino que les despojamos de sus mejores recursos. Porque no olvidemos que los que llaman a nuestras puertas, no son los descamisados o los pobres, sino la llamada clase media,  médicos, pequeños comerciantes, profesionales que tenían los medios, esto el dinero, necesario para empezar el viaje, privándoles de esta forma del material humano para la reconstrucción cuando la guerra termine. Porque aunque nos pueda parecer mentira, todas las guerras terminan alguna vez.

De verdad nuestros mandatarios no solo Rajoy, también Merkel, Hollande, Cameron y demás presidentes y primeros ministros de los países de la Unión Europea se pueden miran al espejo por la mañana y no sentir ascos de si mismos. ¿De verdad duermen con la conciencia tranquila por las noches?. Bueno es una pregunta retórica, no hace falta que contestéis. Ya se, que no solo duermen como benditos, es que además lo hacen con la conciencia tranquila y en paz consigo mismo.

¿Soluciones?.No las se, y si se me ocurre alguna, es irrealizable, pero quizás se pueda empezar con pequeños gestos como la red de ciudades  de acogida  que se esta creando y que impulso Barcelona y a las que se están uniendo  Madrid, Zaragoza, Valencia … curiosamente todas ellas han cambiado de color político tras las elecciones municipales y que proponen entre otras medidas, como ofrecer alojamientos en instalaciones publicas,  un  registro donde se apunten todas aquellas personas que estén dispuestas a ayudar a los refugiados, ya sea ofreciéndoles alojamiento o con contribuciones materiales.



Quizás os suene todo lo anterior a panfletario o buen rollito pero, es lo que hay.

Como se suele decir incluso el viaje mas largo empieza con un primer paso

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