COSTUMBRISMO
La luz fría del invierno entra por la ventana, iluminando la
pequeña cocina de blancas paredes. En
una esquina debajo de un mueble colgado que ocupa toda la pared y que tiene las puertas abiertas, en su interior unos platos algunos marrones otros verdes y unos vasos que al igual que los
platos son de vidrio que comparten espacio con unas cazuelas y sartenes, hay una
pila, grande, de piedra, en su borde, dentro de un recipiente de plástico hay
unos estropajos y los restos de unas pastillas de jabones. Junto a uno de los costados una lavadora y
pegada a ella un frigorífico, americano
como siempre recalca el cabeza de familia, en la parte superior del mismo hay
un pequeño aparato de radio de color negro. Enfrentada a la pila, una cocina de gas de cuatro fuegos, encajonada
entre una pared lateral, donde hay un calentador de agua, con su piloto
encendido y el tiro de las chimeneas.
Justo debajo de la ventana una mesa, de patas metálicas y cuerpo de algo
parecido a madera de color verde azulado o quizás sea de un color azul verdoso,
con dos cajones, cerrados aunque uno de ellos sabemos que contiene cubiertos y el otro paños de cocina y trapos.
Encima, en la superficie de la mesa, justo donde inciden los rayos del sol, un gran
montón de lentejas, aun húmedas y sentada frente a las legumbres en una silla que
también tiene las patas de metal y con el asiento y el respaldo del mismo color
y material de la mesa hay una mujer. Es una mujer joven, guapa, al comienzo de la treintena y que mientras escoge las
lentejas, apartando aquellas que tienen bicho o pequeñas piedras del montón general, escucha “la saga de los porretas” el serial que todas las tardes emiten por la
radio. Detrás de la mujer, hay una
puerta de madera que en gran medida esta acristalada, y que cuando está
abierta como ahora esconde tras de sí un par de escobas, un cubo además de un recogedor. Una puerta que da paso a un pasillo que permite el paso
al resto de la casa.
El pasillo con suelo de linóleo imitando madera, no es muy
grande, ni en anchura ni en longitud y las paredes siguiendo la moda de la época,
están decoradas con un papel pintado de grandes flores. Para conseguir dos ambientes a un tercio de
la longitud del pasillo empezando desde la cocina hay colgada una ligera
cortina de tela, de colores claros y que en invierno, como es ahora, esta
siempre recogida, pegada por medio de una enganche a la pared, permitiendo que
la luz que entra por la ventana de la cocina llegue hasta el final del pasillo, justo hasta la
puerta de entrada a la casa. Colocadas en la pared como a dos metros del suelo, hay dos pequeñas lámparas, separadas
entre sí por una puerta, de una sola
bombilla, de vela las llaman, y tulipas de tela translucidas. Pese a la
claridad ambas bombillas están
encendidas. En el suelo, tirado en medio del pasillo, hay un gran cubo hecho de cartón duro, azul y blanco, reciclado de una marca de detergente,
5 kilos podemos leer en el frontal y que ahora sirve de almacén de
juguetes. Desparramadas por el suelo,
hay decenas de piezas de construcción, son piezas de color claro, en medio de las piezas hay un niño de unos
cinco o seis años, que está construyendo un pequeño castillo. El castillo tiene
una gran puerta con puente levadizo y ventanas, tiene troneras, y aunque no lo
sepa también tiene un matacán, el crio ajeno a esto rebusca entre las piezas,
buscando la que le falta, se levanta, y va hacia el cubo, rebusca en su
interior, vuelca unas piezas más al suelo. Por fin la ve. Es una pieza
circular, almenada. La coge y se dirige
de nuevo hacia la construcción, la coloca encima de la torre coronándola. Después, comienza a rebuscar entre los
vaqueros, indios, leones, jirafas y demás figuritas que están mezcladas con los
pequeños ladrillos sobrantes del castillo y coloca un pequeño fantasma arriba
del todo en la torre recién terminada. Cerca del crio, lejos es imposible, ya
hemos dicho que el pasillo es pequeño, hay una niña algo más pequeña que también tiene
sus juguetes tendidos por el suelo. Hay
un par de muñecas, pequeñas y regordetas, una es de color blanco, la otra negra.
Una de las muñecas, la blanca, esta desnuda mostrando sus rollizas carnes de
plástico. La otra muñeca sin embargo y
en fuerte contraste está totalmente vestida,
la niña le ha colocado un pequeño vestido de flores, que ha sacado de
una caja de zapatos, donde hay decenas de pequeños vestidos y complementos para
las muñecas. Sin embargo no son las muñecas el objeto de su atención. Con
piezas sueltas de la construcción ha hecho una casita donde en el medio, ha
puesto una pequeña cocinita metálica, de unos quince centímetros de alto, en la
cocina, ha colocado una diminuta sartén de juguete, igualmente metálica y con unos pétalos y unas hojas de una marchita flor, que ha sacado de la planta que
hay en el tiesto, un tiesto pequeño de barro,
que ocupa la única esquina libre del pasillo y un poco de tierra que ha
sacado del mismo tiesto está jugando a preparar una comida. Le vierte a la
mezcla un poco de agua de un vaso de cristal que tiene a su lado y tras
mezclarlo todo bien lo coge todo con una cucharita que estaba entre sus
juguetes y se dirige hacia el niño. Se lo da a probar. El niño, no sin
protestar, se mete en la boca lo que le
da su hermana y hace como que lo mastica.
La tarde avanza y ya no entra nada de luz por la ventana. La
cocina esta ahora iluminada por el fluorescente, de luz blanca, que hay en el techo. La mujer que ha terminado de limpiar las lentejas, que
ahora cuecen en una cazuela, puesta en uno de los fuegos de la cocina, está sentada leyendo un libro. Los niños
siguen jugando en el pasillo. Al poco se oye una llave en la cerradura de la
puerta de entrada a la casa. La puerta se abre y entra un hombre. Es joven, al
igual que la mujer estará al comienzo de sus treinta, alto y delgado. Los niños
al verle, dejan de jugar, se levantan y corren hacia él. El hombre abraza con
sus brazos a los dos críos. La mujer, también ha dejado su libro y se acerca
desde la cocina. Es un poco más baja que el. Se besan cariñosamente….
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