LISBOA 2 (I)
Lisboa en nuestro segundo día nos
sorprendió con una densa niebla, tan densa que por unas horas parecimos
personajes de una de la obras más famosa de Saramago. No se veían las luces de
los vehículos que circulaban por la plaza, no se vislumbraban los perfiles de
los edificios del otro lado de la calle, y desde la ventana de nuestra
habitación nos era imposible observar la gente circulando por las aceras, aunque
a esto último puede que también contribuyese que estábamos en la duodécima planta
del edificio. Así que sin muchas prisas nos levantamos y tras ducharnos y
vestirnos, bajamos tranquilamente a
desayunar. Una pieza de fruta, un poco de queso, una tostada con un chorrito de
aceite y una taza de café. Charlamos sin prisa mientras esperábamos a que la
niebla se aclarase un poco y nos permitiese disfrutar del paseo al que habíamos
decidido que sería nuestro principal objetivo del día. Teníamos intención de
acercarnos a uno de los pocos monumentos reseñables que aún no habíamos
conocido en nuestras anteriores visitas, se trataba de ir a conocer el
“Acueducto de Aguas Libres” construido entre los siglos XVIII y XIX y que permitió
llevar agua a gran parte de la capital que hasta entonces se abastecía por
medio de aguadores. Mirando en el mapa, no parecía estar muy lejos de donde
nosotros nos encontrábamos alojados, así que decidimos ir andando. Una vez que terminamos
el desayuno y comprobado que la niebla se estaba levantando, comenzamos nuestro
camino.
La mañana era fresca y apetecía
el caminar. Comenzamos con buen ánimo por la ligeramente empinada Av. das
Forças Armadas, siguiendo los pasos de una señora lisboeta, que con un paraguas
en la mano parecía dirigirse a su trabajo y además ir en nuestra misma dirección por lo
que nos pareció una buena guía. Si, lo admito no sabíamos si la señora tenia
nuestro mismo destino, pero como tampoco teníamos muy claro como ir, nos daba
un poco igual.
Pasamos por delante de algunos
edificios dispersos por un descuidado parque pertenecientes a la Universidad de
Lisboa, y después de seguir a nuestra buena mujer por más de un kilómetro y medio y casi tener que darle las gracias por
descubrirnos un par de pasos subterráneos que nos permitieron cruzar el nudo de
autopistas en que se estaba convirtiendo nuestro paseo, llegamos a la altura
del zoo de Lisboa. El aire de la pequeña plaza se llena con los gritos de los
monos y el canto de algún ave que sale del parque zoológico, sonidos que se
complementan con las imágenes de diversos
animales salvajes pintados en los pilares de la autopista elevada que cruza por
encima de nosotros. Una vez allí y después de mirar una vez más el mapa dejamos
a nuestra guía, que efectivamente no iba en nuestra misma dirección, y se pierde calle arriba mientras nosotros
giramos a la izquierda y continuamos
nuestro camino. Nos ponemos como meta que si en los siguientes veinte minutos
no hemos encontrado el acueducto, seamos sinceros un acueducto de casi 80
metros de altura y más de 200 metros de
largo es difícil de perder, dejaríamos de buscarlo y nos iríamos a cualquier otra
parte. Así que tras vagabundear un poco y pasar por delante de dos paradas del tren
de cercanías llegamos a una zona de Lisboa en la que los edificios se retiran y
la ciudad se abría a una serie de pequeñas colinas ajardinadas que forman parte
de lo que después sabríamos es el parque de Amnistía Internacional. Tras cruzar
una pequeña pradera de césped y encaramarnos a una de las colinas por fin vimos
al frente nuestro anhelado destino, eso sí, al
decir que estábamos al frente queremos decir exactamente eso. El
acueducto se encontraba al otro lado de un valle cruzado por varias líneas del
ferrocarril protegidas por varias vallas
y un par de autopistas de múltiples carriles que hacían imposible el llegar
andando desde donde nos encontrábamos además y por si fuera poco el acueducto
se encontraba en una cota algo más elevada de donde nos encontrábamos.
Visto lo visto, ósea que seguíamos
lejos, que para llegar al acueducto teníamos que da una señora vuelta y que empezábamos a estar cansados de andar, y
que además tras despejarse definitivamente la niebla, luce un sol esplendido
que calienta agradablemente y solo un viento algo fresco y molesto impide que
sea un día perfecto, decidimos cambiar nuestros planes y en lugar de ir hasta
el acueducto, seguir con nuestro paseo
por el parque en el que nos encontramos. Es un parque bonito, bien cuidado, que
quizás por las horas, aún es temprano, no parece ser muy utilizado, únicamente nos
cruzamos con un par de mujeres paseando sus perros, y con pequeños setos
formados por adelfas y parterres de plantas aromáticas. El parque tiene unos
pequeños carteles donde se indican los distintos paseos que se pueden realizar
y la distancia que se recorre en cada uno de ellos. Cogemos uno de los senderos
y nos disponemos a disfrutar del paseo. No tenemos prisa y andamos fijándonos
en los pinos que componen casi en su
totalidad el arbolado del parque. En un lateral del parque hay un colegio
infantil y los gritos de los críos son lo único que rompe el silencio lisboeta.
El sendero serpentea por una pequeña duna y un precioso puente de madera
permite salvar la autopista que cruza por debajo. Tras el puente de nuevo una
duna y tras ella a nuestra derecha, vemos la mezquita mayor de Lisboa, frente a
nosotros nos llama la atención un precioso palacio adornado con una torre que
resulta ser, el rectorado de la facultad de derecho de la “Universidade Nova de
Lisboa”.
Así que abandonando el sendero nos adentramos en el campus de la
universidad, nos cruzamos con algunos estudiantes y hacemos fotos a alguno de
los grafitis que adornaban escaleras y muros. Dejamos atrás las aulas de la
universidad para acabar en medio de los sobrios edificios que forman los juzgados
centrales de lo civil y lo penal de Lisboa y un poco más adelante, otra
sorpresa, o quizás no tanto, nos topamos
con los imponentes y estos si feos muros de la prisión central de Lisboa. Nos
alejamos un poco, encaramándonos en un pequeño montículo y podemos ver el
edificio en su totalidad. Es una cárcel idéntica a la antigua prisión de
Carabanchel o la modelo de Barcelona. Un edificio central de forma circular,
del que salen de forma radial los brazos donde se encuentran las celdas, rodeado
todo ello por un alto muro de ladrillo, terminado en alambre de espino y con
torres con garitas de vigilancia cada pocos metros. Desde dentro del penal, nos
llegan los gritos de los reclusos, que a esa hora deben estar en el patio. A. y
yo nos miramos y nos echamos a reír, entre risas nos decimos que somos raros, que cuantos
turistas, sin tener necesidad, acaban
conociendo los juzgados y la cárcel de Lisboa. Reanudamos nuestro paseo y al poco estamos de nuevo en un parque, no
tengo claro si el mismo que el que abandonamos hace unos minutos o uno nuevo,
llegamos al borde de la colina donde estamos y la imagen es fantástica, Alfama
y el Castelo de San Jorge se nos muestran orgullosos frente a nosotros, el
resto de la ciudad se extiende a
nuestros pies. Seguimos nuestro paseo, descendiendo por un sendero y nos damos cuenta de que estamos en la parte
superior del parque de Eduardo VIII, justo en una de esas zonas obligatorias
que hay que conocer, andamos por uno de los laterales del parque y tras llegar
a la plaza del Marqués de Pombal decidimos no coger la Avenida Liberdade y
seguir callejeando, pero en lugar de tirar hacia el bario de Alfama como hicimos
el día anterior decidimos que nos vamos hacia el otro lado. Barrios Altos es
nuestro nuevo destino.
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